Ya caminábamos por las estrellas más calientes o las lunas más frías, ya volábamos como pájaros desprendidos de su nido sin amamantar o sólo por dejar las copas de los árboles y llegar a las montañas.
No había fuegos fatuos capaces de alcanzar las llamas de los deseos y las pasiones que ni fatuas ni modestas danzaban en espirales de sueños adúlteros que de tanto, hasta virtuosos se volvían.
Qué necedad la de querer imaginar que podía haber algo más sublime que eso mismo, lo sublime está en sentido perdido y las pasiones encontradas, más allá de la estúpida razón adjetivada en la propia estupidez.
Es el desliz de lo extraño y lo mágico que perpetua para siempre el insondable momento de vivir.