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jueves, 17 de junio de 2010

Una de brujas: Segunda entrega

Yo soy la chingada, y lo estuve desde muy corta edad, por obra gracia de ser mujer. De gran linaje he sido pero nadie lo sabe con certeza. La vida he dicho, ha sido injusta, pero nada tiene de justa con nadie. Algunos contarán de mí que fui heredera de un cacicazgo, otros que simplemente fui vendida por unos y otros, una y otra vez en mi vida hasta que quedé en manos de mi salvador: Cortez. O es que quizás no tuve más remedio.
La realidad es que cuando ya no fui importante o simplemente dejé de ser útil y me convertí en un estorbo fui regalada a otro pueblo a otra cultura, otras costumbres, ah, pero aprendí otro idioma, era una chica lista. Luego fui “intercambiada” en Tabasco.


Yo, Sor Juana, soy descendiente de españoles e indios. Fui una bastarda y mi madre una cualquiera, así que sin duda soy una maldita bruja. Pero siempre tiene sus ventajas ser nieta de un hombre de recursos económicos y culturales.
Nací en San Miguel Nepantla, donde los rayos solares me mirasen de hito en hito, no bizcos como en otras partes. Pasé mi niñez leyendo los libros no tan santos ni tan religiosos de mi abuelo. Esos libros que prefería por sobre todas las cosas, por sobre jugar en el lodo con los otros niños, no eso no era para mi.


Yo, María Carlota Amalia Victoria Clementina Leopoldina de Sajonia Coburgo y Orleáns, nací en la bella ciudad Belga de Bruselas en 1840, en un castillo por supuesto, fui educada como una princesa para la vida de palacio. Nunca perdí el tiempo en nimiedades como el juego a pesar de mi casa de muñeca que fue una preparación para mi futuro deseado, anhelado, de reina y señora, de madre y esposa. Fui enseñada a hablar fluida y correctamente desde mi primer año de vida, yo, mujer de extraordinaria inteligencia de nacimiento


Ser mujer no es cosa fácil. Quien diga lo contrario es un cabrón, pendejo, dejada, sin cerebro o algo por el estilo. Yo soy la bruja. Sí soy una bruja, una de esas malditas (aunque yo creo que son benditas) brujas, detestada por muchos, amada por algunos, pocos diría yo. Soy una adoradora de la noche y de la naturaleza (aunque odio a las cucarachas, oh, bien, y en general a casi todos los insectos), pero no de las fantasías eróticas de las religiones como Satanás, el diablo o como quiera que se le quiera llamar. Me gusta el frío, la lluvia, el viento y sobre todo los días nublados y grises, donde se puede una acurrucar en un sillón con un libro en la mano y un rico café. Pero no me gustan los cementerios, porque no tienen vida, no hay energía del pasado, aunque guardan mucha historia, sólo por eso me parecen interesantes, pero no me gustan. Prefiero los edificios antiguos, las pirámides (aunque la mayoría son tumbas), pero concentran una gran cantidad de energía, que me dice que ahí hubo vida, no sólo muerte como en los cementerios.

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