Aquella noche transcurrieron varias historias, varios momentos de nuestras vidas, las mías en silencio, las de él a viva voz, un compartir y sentir. Él me contó su historia de vida con ella y poco a poco me fui convirtiendo en su amiga y dejé de ser su amante, pero empecé a conocer un hombre como pocos. No era el hombre perfecto, era un hombre que amaba profundamente a su esposa e infinitamente a sus hijos. Te preguntarás qué hacía conmigo, con otra, era pasión, sólo éramos un par de amigos recostados en la cama, platicando, abrazados, pero platicando.
Esa noche hicimos algo parecido al amor, nos besamos, nos tocamos, de todo un poco, sólo un poco, fue rico, pero no lo que esperaba, o más bien lo que de alguna manera habíamos dicho que pasaría, esa noche tenía en mi mente otras cosas, pero fue decepcionante. Él había tenido un día largo… No, no es cierto, debo ser fiel a la verdad, fue patético.
Luego guardó silencio, ya no me abrazó, sólo se durmió, yo en ese momento me sentí una intrusa, no podía dormir, sólo quería salir de ahí. Era una maldita intrusa, ¿te das cuenta?, me sentía ajena a él, soledad, ahí, en un lugar extraño, no quería estar con nadie, quería alejarme de él, no oler su aroma, no escuchar su respiración, a veces fuerte, a veces tranquila y acompasada, no quería sentirlo cerca, quería llorar, quería salir de ahí. Pero me quedé, dormí a ratos esa noche, sólo a ratos, odiaba el momento en que había decidido emprender esa aventura, porque era un plan de de dos y terminó en algo muy solitario. No imaginas que tan enojada estaba, pero conmigo, con mi creencia por fuera.
no, no me daba ese sentimiento obtuso, mezquino, hipócrita, que mal llaman envidia de la buena. No, me daba alegría en el corazón y esperanza, aunque no fui consciente de eso hasta unas horas después. Esperanza sí, de saber que andan en el mundo seres como ese que saben amar y que había uno para mi por ahí.
Después, claro, lo odié por un tiempo como es natural y lógico, no sería normal si no lo hiciera.
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